Patrones neuronales pueden identificar a una persona como la huella dactilar.

Durante décadas, la identidad personal estuvo ligada a rasgos físicos: el rostro, la huella digital o el ADN. Sin embargo, la neurociencia empieza a señalar otro candidato mucho más profundo y complejo: la forma en que piensa cada cerebro. La idea de un “neuro-DNI”, basada en la actividad cerebral, ya no pertenece a la ciencia ficción, hoy es un campo real de investigación.

Aunque todos los cerebros comparten una estructura básica, ninguno funciona exactamente igual. Pues las conexiones neuronales, moldeadas por la genética y la experiencia, generan patrones de activación propios. Estas llamadas firmas neuronales hacen que, frente a un mismo estímulo, dos personas reaccionen de manera ligeramente distinta a nivel cerebral. Esa diferencia, casi imperceptible, es precisamente la clave: los algoritmos actuales pueden detectarla y convertirla en un identificador biométrico. Esa diferencia, casi imperceptible, es precisamente la clave: los algoritmos actuales pueden detectarla y convertirla en un identificador biométrico.

En este sentido, para capturar esta huella neuronal, los científicos utilizan distintas tecnologías de neuroimagen. La más prometedora es la electroencefalografía (EEG), que registra la actividad eléctrica del cerebro mediante sensores en el cuero cabelludo. Es rápida, relativamente barata y permite mediciones en tiempo real. Otras técnicas como la resonancia magnética funcional o la magnetoencefalografía ofrecen mayor precisión, pero su coste y complejidad las limitan a entornos clínicos y de investigación. Por lo que los resultados son contundentes, de acuerdo con los estudios recientes muestran que los patrones de EEG pueden identificar a una persona con tasas de acierto superiores al 95 %. Incluso días o semanas después, la firma cerebral se mantiene reconocible. Basta con tareas simples mirar imágenes o pensar en palabras para que el sistema “reconozca” a su dueño. En la práctica, el cerebro se comporta como una contraseña imposible de olvidar y muy difícil de copiar.

El neuro DNI tiene rasgos únicos frente a otros sistemas de identificación. No deja rastro físico, no puede falsificarse fácilmente y no depende de características externas que puedan cambiar con el tiempo. A diferencia de una contraseña, no se pierde; a diferencia del rostro, no se altera con una cirugía. Por eso, algunos expertos ven su potencial en entornos de alta seguridad o aplicaciones médicas personalizadas.

Aun así, no es una tecnología lista para el uso cotidiano. La actividad cerebral varía con el estrés, el cansancio o la enfermedad. Además, requiere dispositivos específicos y plantea dudas sobre su estabilidad a muy largo plazo. Por ahora, su lugar sigue estando en el laboratorio.

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