Retrocediendo en el tiempo, hace 75 años, la primera carrera oficial de Fórmula 1 en Silverstone marcó el nacimiento de un deporte dominado por el coraje y la mecánica. Hoy en día, esa tradición convive con una revolución silenciosa. Pues la ciencia de datos, lo que antes era pura intuición y destreza, ahora es un universo gobernado por simulaciones, sensores e inteligencia artificial que transformaron para siempre la forma de correr.

De esta manera, actualmente las monoplazas son auténticos laboratorios sobre ruedas, con más de 300 sensores distribuidos en su estructura y capaces de generar más de 1 terabyte de datos en cada fin de semana de carrera. Cada aceleración, frenada, curva o vibración queda registrada, transmitida y analizada por ingenieros que toman decisiones en tiempo real. El antiguo rugido del motor dejó paso a un silencio repleto de algoritmos. Hoy, el piloto sigue siendo clave, pero ahora es parte de una maquinaria digital que optimiza su rendimiento al milímetro.


Por otra parte, el sistema ADR, es una especie de “caja negra” obligatoria, y el software RaceWatch, permiten a la FIA revisar incidentes con precisión quirúrgica. Al mismo tiempo, cada escudería maneja sus propios sistemas secretos de telemetría para controlar el estado del auto y predecir fallos antes de que ocurran. Los datos se transmiten desde los autos a través de una red cifrada y se analizan simultáneamente en los boxes y en las sedes centrales de los equipos, ubicadas a miles de kilómetros. Todo en apenas 10 milisegundos.

Sin embargo, antes de cada carrera, equipos como Red Bull ejecutan miles de millones de simulaciones que consideran todo: desgaste de neumáticos, riesgo de Safety Car, configuración aerodinámica y estrategias de parada. Gracias a modelos virtuales, el 90% del desarrollo de un auto ocurre antes de tocar la pista. Estas decisiones, basadas en datos de temporadas anteriores y algoritmos predictivos, permiten afinar cada detalle. La Fórmula 1 moderna no deja lugar al azar, cada milésima de ventaja se calcula.

Finalmente, a pesar de la revolución tecnológica, la esencia de la Fórmula 1 se mantiene, la valentía del piloto y la innovación técnica siguen siendo protagonistas, pero ahora, la gloria no se alcanza solo con el pie en el acelerador, sino con la mente puesta en los números.

El nuevo motor de la F1 es invisible y más poderoso que nunca.