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Tadej Pogacar, el ciclista que todo lo decide. “Nada dura para siempre, ni siquiera ganar mucho”, advertía el esloveno en la previa, pero la realidad, sobre todo para sus rivales, es dura y se constata que el mejor ciclista del siglo mantiene el apetito insaciable.
Ni una aparatosa caída como la que sufrió en un descenso merma la ambición del emperador esloveno que acumula 92 triunfos en su palmarés y domina en todos los terrenos. Van der Poel sobre el adoquín y Vingegaard en las montañas de las grandes vueltas. Esas son las dos estaciones que pueden plantear cierta contienda por el triunfo. El resto, por desgracia, sólo es atrezzo.
Esta vez no hubo exhibición a 80 de meta. UAE dejó en las raspas el grupo de favoritos, pero no llegó el monólogo de Pogacar. Bueno para el espectáculo y para la moral de una tropa a la que Tom Pidcock demostró que se puede dar pelea si se tiene la calidad y la determinación necesarias.
Todo pudo cambiar en un descenso de asfalto a 50 de meta, en la salida de Monte Chiara. Pogacar, que sentía la presión de Pidcock, entró pasado, perdió el control de la rueda trasera y salió disparado a las zarzas deslizando sobre el asfalto. Vuelta y vuelta de abrasiones para el campeón del mundo, que se alzó rabioso y fue esperado por un Pidcock que salvó la curva con la rueda trasera derrapando con su maestría habitual.
Juntos, tras 60 kilómetros en fuga, afrontaron el circuito final de dos vueltas a Colle Pinzuto y La Tolfe. Ninguna duda que Pidcock iba a volver a tensar en la primera bajada de cabras… si le dejaban.
Pero Pogacar no dio opción. En la empinada entrada a Colle Pinzuto, a 20 kilómetros de meta, el gigante esloveno demarró rabioso para soltar con la facilidad habitual al bravo Pidcock. Sentado, con el lado izquierdo en carne viva y generando 700 vatios sostenidos se marchó en solitario para ganar su tercera Strade Bianche e igualar el registro de Fabián Cancellara de la manera más épica.
