Advierten el riesgo de caída de Satélites Starlink a Tierra.

Durante varios años, la constelación de satélites Starlink, impulsada por Elon Musk, ha prometido llevar Internet a cada rincón del planeta. Pero ese ambicioso proyecto tiene un reverso preocupante: ahora, sus satélites están cayendo a la Tierra con una frecuencia nunca vista.

De acuerdo con el astrofísico Jonathan McDowell, hasta cuatro satélites Starlink reentran cada día en la atmósfera terrestre. Lo reveló en una entrevista para EarthSky, donde advirtió que la cifra podría aumentar conforme se multipliquen los lanzamientos. En teoría, estas caídas están controladas y forman parte del ciclo de renovación que mantiene la red operativa. En la práctica, no todos los aparatos se desintegran por completo, y algunos dejan restos que llegan a la superficie. Sin embargo, el problema no es menor: con más de 6.000 satélites ya en órbita y un plan que prevé alcanzar los 42.000, cada error o fragmento no destruido puede convertirse en una amenaza tanto para otros satélites como para la propia Tierra. Starlink fue diseñada para mantener su red en constante rotación. Cada satélite tiene una vida útil de unos cinco años, tras la cual utiliza su último combustible para descender y desintegrarse al entrar en la atmósfera. Así, se evita que quede “basura espacial” flotando indefinidamente.

No obstante, como explica McDowell, el sistema no es infalible. Algunos satélites no se queman por completo durante la reentrada y dejan caer fragmentos de aluminio o titanio que pueden sobrevivir al impacto. En 2024, un trozo de unos 2,5 kilogramos cayó sobre una granja en Canadá, un incidente que encendió las alarmas en la comunidad científica. A pesar de que SpaceX reforzó sus protocolos de seguridad tras el suceso, los expertos temen que la escala del proyecto con miles de unidades activas y reemplazables haga imposible garantizar que no vuelvan a producirse casos similares. Más allá del riesgo directo de los fragmentos que alcanzan la superficie, los científicos alertan sobre las nanopartículas de óxido de aluminio que se generan cuando los satélites se desintegran. Estas diminutas partículas pueden afectar a la capa de ozono y alterar procesos atmosféricos a gran escala.

Pero el mayor peligro podría estar aún en el espacio. A medida que crece la cantidad de satélites, aumenta el riesgo de colisiones en cadena, un escenario conocido como el síndrome de Kessler. En este fenómeno, una colisión entre dos satélites genera una nube de fragmentos que puede desencadenar nuevos choques, amenazando toda la infraestructura espacial. Los científicos advierten que si no se controla el ritmo de lanzamientos, el espacio cercano a la Tierra podría convertirse en un entorno caótico, lleno de restos que dificulten futuras misiones e incluso afecten a sistemas esenciales como el GPS o las comunicaciones globales.

Por su parte, desde la empresa aseguran que la seguridad está garantizada y que los nuevos modelos de satélites incorporan materiales más fácilmente combustibles, sistemas de navegación autónomos y protocolos de autodestrucción segura. Aún así, la comunidad científica insiste en que el verdadero desafío no es técnico, sino ambiental y de gestión global. Con decenas de empresas y países lanzando satélites cada año, el espacio se está saturando. Y sin un marco internacional que limite o coordine estas operaciones, las consecuencias podrían sentirse durante décadas.

En todo caso, el futuro de las telecomunicaciones orbita cada vez más cerca… pero también el de los desechos espaciales. Y el cielo, antes símbolo de progreso, empieza a convertirse en un recordatorio de que la sostenibilidad no termina en la Tierra.

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