Durante muchas décadas, el sector espacial estuvo dominado por un único método: cohetes químicos gigantes, carísimos y desperdiciables en su mayoría. Todo el ecosistema orbital satélites, sondas, telescopios, constelaciones enteras depende de estas estructuras que queman toneladas de combustible para vencer la gravedad durante apenas unos minutos. Durante décadas nadie cuestionó demasiado el sistema… hasta que apareció Longshot Space, una startup que decidió tomar un camino radical: lanzar naves al espacio con un cañón de 10 kilómetros de largo. Esta novedad, parece sacado de ciencia ficción de los años 60, pero la compañía acaba de dar el mayor salto hasta ahora: la construcción de un prototipo real de 36 metros en los astilleros de Alameda, California. Un bloque de acero y hormigón tan masivo que parece más parte de un submarino que de un “acelerador espacial”. Si todo va bien, será el primer peldaño hacia un cañón hipersónico capaz de alcanzar Mach 23, unos 28.400 km/h, sin quemar una sola gota de combustible.

Sin embargo, su funcionamiento es tan brutal como elegante. El cañón se mantiene parcialmente al vacío para eliminar la resistencia del aire. Dentro, una serie de tanques libera gas a presiones extremas en intervalos calculados al milímetro. Cada liberación acelera el proyectil un poco más. Etapa tras etapa, empuje tras empuje, la nave sale disparada como un dardo comprimido dentro de un tubo interestelar. Pero esta técnica trae un monstruo callado dentro: las fuerzas G. En los prototipos más pequeños, Longshot ha alcanzado 30.000 G, unas cifras capaces de aplastar cualquier dispositivo electrónico. Sin embargo, la clave está en la escala. Cuanto más largo es el cañón, más suave es la aceleración. Según la compañía, un tubo de varios kilómetros reduciría esas cifras a niveles que incluso sensores delicados podrían soportar. Aunque el proyectil salga del tubo a velocidades demenciales, otra amenaza aparece justo después: un muro de aire que quiere desintegrarlo. Para sobrevivir, Longshot recubre cada nave con un grueso material ablativo, similar al usado en cápsulas espaciales, que se quema de forma controlada durante la subida.


Esta prueba, es una batalla contra la termodinámica, pero la empresa asegura que sus materiales y geometrías pueden soportarla. La pregunta ahora es simple: ¿lo podrán demostrar fuera del laboratorio?. Los permisos para disparar este prototipo en California siguen pendientes. Cuando lleguen, será la primera vez que podamos comprobar si la electrónica interna sensores, cámaras, sistemas de navegación resiste el viaje.

Para conocer un dato importante, si se logra conseguir, el sector espacial podría cambiar más rápido que nunca. Hoy, enviar un satélite al espacio cuesta:
🔘 4000–20.000 dólares por kilo (Falcon 9, según masa total)
🔘 1500 dólares por kilo (Falcon Heavy)
Longshot Space promete un precio que roza lo absurdo: 10 dólares el kilo.
Es decir:
🔘 Con el precio de un móvil de gama media podrías lanzar varios kilos al espacio.
🔘 Con el presupuesto de un laboratorio universitario modesto, podrías poner en órbita una constelación entera.
Esa caída de costes abriría puertas que hoy son imposibles: misiones diarias de microgravedad, satélites rápidos como repuestos, defensa planetaria inmediata ante asteroides y un ecosistema orbital tan accesible como el ferroviario. No obstante, el punto crítico no es solo tecnológico, sino regulatorio. Un cañón capaz de acelerar una nave a Mach 23 no puede dispararse sin supervisión. Las autoridades de aviación, defensa y energía tendrán que acordar límites y permisos en un territorio gris donde nunca ha existido un precedente. Pero algo ha cambiado respecto a los sueños imposibles del pasado: ahora el prototipo existe. No es una simulación. No es un render. Es acero real, ensamblado, listo para las primeras pruebas si recibe luz verde.

En conclusión, el Longshot Space quiere reinventar cómo salimos del planeta. Y si este primer disparo demuestra que la física está de su lado, la era de los cohetes podría empezar a escribir su capítulo final mucho antes de lo que imaginamos.
